lunes, 15 de septiembre de 2008

Lecciones de Magia - Weegee

(o cómo convertir gente en huellas de luz)





















De la serie "Lovers"
Fotografía de Weegee
Cámara Infrarroja durante proyección 3D
Nueva York, 1943

Voyeurismo del más indiscutible.

sábado, 13 de septiembre de 2008

ONIRIS II

Estoy con Él en una galería estrepitosa y moderna, prolifera en salas y salones que ofrecen diversas actividades y espectáculos. No es una feria de variedades, nada así, es más bien un megaevento posmoderno y posdiurno dentro de un shopping, vidrio y metal.
A medida que vamos transitando las diferentes locaciones, nos vemos inmersos en situaciones feas o raras de las que es necesario, o preferible, huir. (Lamentablemente, una mala conservación del sueño nos impide saber a ciencia cierta de qué se tratan estas situaciones).
El tema es que, recurrentemente, salimos corriendo de este shopping con algo de siniestro, encontrándonos descampados con la directa penumbra de la noche. Pero el shopping está ubicado exactamente en el medio de un enorme terreno verde, por lo que, y calculo que siguiendo algún impulso gestáltico, emprendemos la rauda huida rodeando al edificio.
En un punto de esa periferia, y justo pasando un elemento rojo (¿era un buzón?¿un grifo de barrio yanqui?), era sabido que habitaba un trova. Estos trovas, (de los que sabemos que son una especie, pero vemos sólo a uno) son unos temibles y feroces monstruos de pelaje claro. Apenas visualizado el coso rojo podíase ver la cueva del trova, que solía salir y atacar. Quizás en el sueño esta misma escena se repitió varias veces, o quizás generó un falso recuerdo de reiteración (miedo en el shopping, huida, trova, miedo en el shopping, huida, trova, etc).
En la más dramática de esas huidas, (creo que luego de un episodio con un cocinero), está Él corriendo muy adelante mío; lo veo en mi agitación y en la oscuridad y en el silencio. De pronto, el buzón-grifo, la cueva. Como el trova no aparece cuando Él pasa por la puerta, yo decido seguirlo (músculos muy contraídos, seño lamento, los gruñidos del trova dentro de la cueva). Cuando estoy pasando por allí, el trova salta de su escondite y me topetea con fuerza de hooker. No logra detenerme, pero insiste en su ataque y hasta me muerde, gruñe malvado. Yo, obvio, corro y grito, mucho.
Sorteado este obstáculo, llegamos a otro punto de la periferia del shopping. Son unos abandonados e infectos baños públicos que, según se ve, por dentro dan a la cocina de alguno de los restaurantes del predio. Inexplicablemente optamos por entrar a estos baños. Realmente, realmente tenebrosos, son pequeños y de madera, están totalmente oscuros, sucios y, casi de modo cantado, albergan a un cadáver putrefacto en el último cubículo. Mas lo peor es que, al verlo, este cadáver decide despertar y nos ataca torpemente. Nosotros salimos gritando.
Nuevamente estamos en el shopping. Ahora estamos comiendo algo en un restaurante. Cuando el mozo se aleja, Él dice por lo bajo: -Hijo de puta, tenés un fiambre atrás de la cocina...
(Escena siguiente): ahora soy yo sola la que salgo huyendo (no sé el motivo). Decido evitar el camino circular y salgo del predio. Las calles que lo rodean son tan lúgubres que retrocedo y vuelvo a entrar.
(Escena siguiente): de nuevo en el shopping, tenemos un episodio con un marinero que se parece mucho al muerto. Pasamos por una salón donde hay una performance con acrílicos iluminados. Decidimos pasarla de largo, y salimos del lugar, ya sin huir.
Ahora, el afuera es más amigable. Es de noche, sí, pero en las calles aledañas hay algo de movimiento. A Él y a mi se nos ha sumado Anette (en la vida real, una compañera de trabajo que es alemana). Él me ha informado que también está noviando con ella, y a mí no me cierra del todo esa bigamia. Para peor, ella me cae de verdad tan bien, que no atino a dar con el sentimiento que me afecta. Estoy bastante desconcertada. Entramos los tres al cine.
La sala está en la semipenumbra tradicional y es de tonalidades marrones. Me siento en el medio de ellos porque todavía sigo perturbada por los monstruos y así me siento más protegida. Pero para ellos es tan natural nuestro trío que me avergüenza que puedan tomar a mi ubicación como una demostración de celos.
Mis conjeturas son interrumpidas por la inminencia de comienzo del film. Un telón se abre y redoblan tambores.
En la pantalla, sobre un fondo blanco, aparecen en fila todos los personajes siniestros del shopping: el cocinero, el trova, el muerto, el marinero, un par más. Desde la pantalla grande, miran al público y se hincan, en un saludo teatral.
La película termina. El show también.
Y el sueño también.