Esta es una sección nueva (sección si después la sigo, claro) que, como todo en este blog, también es afanada (yo avisé...). En realidad, esto de postear los sueños lo saqué de Juan Manuel, artista de letras e imágenes, que escribe mejor que yo y que pueden encontrar si hacen click acá al ladito, en los links, donde dice "Escucharlo con los ojos". Lo recomiendo amplia y sinceramente (quiero limpiar mis culpas con esta recomendación, pero además lo recomiendo amplia y sinceramente).
7/7/06
El escenario era el de un país de Oriente Medio en guerra. Calles de arena y tierra, construcciones a medio destruir, personas de etnias diversas que caminaban en un (naturalizado) estado de alerta, y una barricada alta de piedra al borde de la ciudad. Arriba, cuatro personas en silla de ruedas (no me pregunten cómo los habían subido ni como se mantenían ahí) que esperaban o para ser apresados, o para ser indagados, o para ser fusilados. Ese es el primer cuadro. La acción empieza cuando dos de ellos, como si lo tuvieran silenciosamente planeado, saltan repentinamente de la muralla con sus sillas de ruedas. Uno, un joven gordo de ojos grandes, lo hace con algo de temor. Pero el delgado lo hace con una determinación casi psicótica, y hasta sonríe desafiante. Ambos aterrizan a la vez, pero el orondo se pierde en una nueve de polvo en el fondo del plano (se entiende que no sobrevive). El otro, en cambio, escapa a toda velocidad sobre sus ruedas por las callejuelas decadentes. La “cámara” lo persigue.
En esta instancia, una incongruencia nos impide saber si la misma persona, pero ya no en silla de ruedas, u otra diferente, ven con sorpresa algo así como una mariposa que sostiene un papel viejo en el aire. La sigue unas cuadras hasta que la alcanza (laguna... laguna...). El asunto es que de repente estamos ante algo así como el gurú, el papá pitufo de una raza extraña de duendes (en el sueño los llamaban duendes), que en realidad eran seres humanos comunes de atuendos comunes, terrosos y polvorientos como todo el paisaje, pero cuyo lóbulo de la oreja les llegaba por el hombro. (Deducción ulterior: creo que esa “raza” representaba en realidad a una de las múltiples culturas-religiones que estaban en guerra civil) (además, deberían estar en guerra con alguna potencia, porque había signos y ruidos de bombardeos por doquier). Este líder, entonces, convoca espontáneamente a los suyos que andaban por ahí y se forma una gran ronda. Él, desde el medio, le muestra un papiro (quizás el mismo que tenía la polilla) y les revela algo importante. Al parecer, el mensaje debe ser difundido.
Escenas tipo plano-secuencias, y estamos en otro lugar (cercano) de la ciudad, y una nueva ronda de “duendes” recibe el mensaje. Esta vez, podemos leerlo. Dice algo así como “la perdición de los nuestros será en la calle” (todo esto lo soñé de verdad), y en el mismo tono profético, proporciona una serie de indicaciones cuya síntesis es la siguiente: durante tres meses, los “duendes” tienen que recluirse y no salir bajo ninguna circunstancia. Pueden encerrarse de al grupos o individualmente. En el cuarto mes, el peligro habrá pasado.
Por alguna razón, en la práctica, la reclusión se hace sólo durante la noche (una licencia poética), pero a las 20:30hs hay que haber entrado al escondite sí o sí. En esta parte del sueño empiezan a aparecer figuras conocidas como mi amiga Brenda, mi profesor de Cuestiones, Julián Weich y el Cuchu Cambiasso. El Cuchu es el que siempre llega al filo de la hora al escondite, el que siempre está en peligro. Hay diferentes refugios improvisados; uno era un micro de larga distancia. Yo había elegido el peor asiento, y mi tía Nora se compadecía de mí (había que vivir tres meses ahí, che). Durante los días, se zafa inexplicablemente de muertes cantadas, y entonces se deduce que la profecía se está cumpliendo.
Es como que pasan los días, y en un atardecer (por la iluminación, se nota que está por hacerse de noche), no sé si soy yo, o el Cuchu, o quién, pero es una sensación vivida en primera persona, tipo realidad virtual: por las calles esas, me empiezo a elevar, y es (no se sabe por qué) como un desafío a las reglas del presagio. Pero estoy en una especie de estado de éxtasis, y cada vez vuelo más alto y más rápido, más alto y más rápido (¡es BUENÍSIMO!), hasta que me doy cuenta de que estoy en peligro y de que estoy poniendo en peligro a los míos. Bajo, y me persiguen. Consigo refugiarme (ahora sí soy el Cuchu).
Después, el sueño se deshace.
7/7/06
El escenario era el de un país de Oriente Medio en guerra. Calles de arena y tierra, construcciones a medio destruir, personas de etnias diversas que caminaban en un (naturalizado) estado de alerta, y una barricada alta de piedra al borde de la ciudad. Arriba, cuatro personas en silla de ruedas (no me pregunten cómo los habían subido ni como se mantenían ahí) que esperaban o para ser apresados, o para ser indagados, o para ser fusilados. Ese es el primer cuadro. La acción empieza cuando dos de ellos, como si lo tuvieran silenciosamente planeado, saltan repentinamente de la muralla con sus sillas de ruedas. Uno, un joven gordo de ojos grandes, lo hace con algo de temor. Pero el delgado lo hace con una determinación casi psicótica, y hasta sonríe desafiante. Ambos aterrizan a la vez, pero el orondo se pierde en una nueve de polvo en el fondo del plano (se entiende que no sobrevive). El otro, en cambio, escapa a toda velocidad sobre sus ruedas por las callejuelas decadentes. La “cámara” lo persigue.
En esta instancia, una incongruencia nos impide saber si la misma persona, pero ya no en silla de ruedas, u otra diferente, ven con sorpresa algo así como una mariposa que sostiene un papel viejo en el aire. La sigue unas cuadras hasta que la alcanza (laguna... laguna...). El asunto es que de repente estamos ante algo así como el gurú, el papá pitufo de una raza extraña de duendes (en el sueño los llamaban duendes), que en realidad eran seres humanos comunes de atuendos comunes, terrosos y polvorientos como todo el paisaje, pero cuyo lóbulo de la oreja les llegaba por el hombro. (Deducción ulterior: creo que esa “raza” representaba en realidad a una de las múltiples culturas-religiones que estaban en guerra civil) (además, deberían estar en guerra con alguna potencia, porque había signos y ruidos de bombardeos por doquier). Este líder, entonces, convoca espontáneamente a los suyos que andaban por ahí y se forma una gran ronda. Él, desde el medio, le muestra un papiro (quizás el mismo que tenía la polilla) y les revela algo importante. Al parecer, el mensaje debe ser difundido.
Escenas tipo plano-secuencias, y estamos en otro lugar (cercano) de la ciudad, y una nueva ronda de “duendes” recibe el mensaje. Esta vez, podemos leerlo. Dice algo así como “la perdición de los nuestros será en la calle” (todo esto lo soñé de verdad), y en el mismo tono profético, proporciona una serie de indicaciones cuya síntesis es la siguiente: durante tres meses, los “duendes” tienen que recluirse y no salir bajo ninguna circunstancia. Pueden encerrarse de al grupos o individualmente. En el cuarto mes, el peligro habrá pasado.
Por alguna razón, en la práctica, la reclusión se hace sólo durante la noche (una licencia poética), pero a las 20:30hs hay que haber entrado al escondite sí o sí. En esta parte del sueño empiezan a aparecer figuras conocidas como mi amiga Brenda, mi profesor de Cuestiones, Julián Weich y el Cuchu Cambiasso. El Cuchu es el que siempre llega al filo de la hora al escondite, el que siempre está en peligro. Hay diferentes refugios improvisados; uno era un micro de larga distancia. Yo había elegido el peor asiento, y mi tía Nora se compadecía de mí (había que vivir tres meses ahí, che). Durante los días, se zafa inexplicablemente de muertes cantadas, y entonces se deduce que la profecía se está cumpliendo.
Es como que pasan los días, y en un atardecer (por la iluminación, se nota que está por hacerse de noche), no sé si soy yo, o el Cuchu, o quién, pero es una sensación vivida en primera persona, tipo realidad virtual: por las calles esas, me empiezo a elevar, y es (no se sabe por qué) como un desafío a las reglas del presagio. Pero estoy en una especie de estado de éxtasis, y cada vez vuelo más alto y más rápido, más alto y más rápido (¡es BUENÍSIMO!), hasta que me doy cuenta de que estoy en peligro y de que estoy poniendo en peligro a los míos. Bajo, y me persiguen. Consigo refugiarme (ahora sí soy el Cuchu).
Después, el sueño se deshace.
2 comentarios:
(Léase en tono de psicólogo):
"Ajá... y... decime, ¿desde cuando mostras estas patologías oníricas?"
Qué mambo... pero muy visual. Pude imaginarlo todo todo. Sobre el final, ¿te revelas como La Elegida, que se eleva sobre los pecadores en guerra?
Excelente...
Y te has sobrepasado con lo que escribiste de mí. No era necesario...
Un saludo. Contacto en mantenemos nos.
*jmps
Fa, qué bueno que tuviste la paciencia de leerlo todo. Gracias!
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